11 noviembre 2011
Antinatura.
Hoy leyendo un post del facebook de una amiga mía, he estado reflexionando a cerca de por qué a día de hoy en España existe gente que cambiaría el panorama actual por la dictadura franquista, que defiende el modelo de familia tradicional frente a otros modelos de familia, que sigue pensando que una educación basada en valores católicos es beneficiosa. ¿Cuál es el fin que persigue esta gente? La seguridad.
Cuando una persona ordena su habitación, cree tener todos sus objetos más a mano, y ello no está mal, puesto que dada la situación en la que esa persona quiera buscar uno de esos objetos, le resultará fácil encontrarlo. Todo estará en su sitio. El fallo viene cuando se quiere aplicar ese mismo orden, inflexibilidad a seres vivos, a entidades que ineluctablemente cambian. Torpemente cazamos mariposas y las disecamos para tratar de poseer sus extraordinarios colores sin percatarnos que ni éstos nos pertenecen y que la belleza de éstos reside precisamente en verlos volar o posarse sobre una flor. Y como ello todo. El político, por ejemplo, se siente más seguro cuando su pueblo, al que pretendida y pretenciosamente gobierna, canta al unísono su propia canción, pues así su puesto de trabajo y miles de millones están asegurados. De lo contrario, en el caso de que los diferentes puntos de vista se pusiesen de manifiesto y tuviesen la suficiente voz, sería matemáticamente imposible que un mismo gobernante pudiese ejercer sus funciones durante dos legislaturas consecutivas. De igual modo, el hombre (sin que el masculino generalice) se cree más seguro y poderoso, si a la mujer se le exime de responsabilidades fuera del hogar. Así, ella será solo suya como si de unos calzoncillos se tratase, y él que puede salir, tomar decisiones, beber, conocer gente... será del resto del mundo. Si construimos barreras, ya nadie podrá entrar en lo que creemos que es nuestro por derecho, mida los metros que mida, haya sido apropiado de la forma que sea, aunque ello suponga dejar sin espacio a los demás.
Sin embargo, los sentimientos, la comunicación tienden al cambio y eso nos da pavor. ¿A quién no le da pánico que los sentimientos de la persona a la que amamos un día, de repente, cambien? Sin embargo, hemos de asumir lo que está mandado por naturaleza: los sentimientos evolucionan, se transforman. Y frente a ello existen dos alternativas: dejarlos ser (let it be, como cantaban los Beatles) o asfixiarlos antes de tiempo guardándolos en una caja como mariposas muertas.
El ser humano se ha servido de diferentes estructuras que le concedían seguridad, poder de control, que le ayudaban a vencer esos miedos terribles frente al cambio: las fuerzas de seguridad, los relojes, las reglas gramaticales, las cremas antienvejecimiento, las religiones, la familia, el matrimonio hasta que la muerte nos separe o las políticas conservaduristas, da igual. Estructuras rígidas que creían establecer un único método de vida. Si obligo a la gente a cumplir mis normas, venir a misa una vez por semana, contarme sus pecados, todo ello so pena de llamas infernales eternas, las tendré de mi lado y ellas se encargarán de satisfacerme lo máximo posible, ya que no hay mejor forma de subyugar a la población que a través del miedo. Si creo una única lengua estándar, podré señalar a los que hablan mal y a los que hablamos correctamente, ello me reportará beneficios a niveles socioculturales. Si a un trabajador o empresa le doy incentivos por su productividad y lo pongo a competir con otros, trabajará y trabajará a cualquier precio hasta alcanzar mi nivel y convertirse en uno más.
Pero la vida no hay más que vivirla para experimentar que el presente de cada tiempo, de cada vez es único e irrepetible; que las lenguas cambian a un ritmo marcado por los que las transportan, los hablantes; que no existe más dios que la calma; que el cielo o el infierno depende de los otros, es decir, de nos-otros mismos; que la flor marchita no es flor menos bonita; y que la inmensidad de la luna no cabe en una tele panorámica.
Buen fin de semana.
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