05 junio 2013

Corazón abierto.


Mi corazón se ha vuelto a abrir sutilmente como Rosa de Jericó rociada por unas cuantas gotas que bien pueden ser del alba. Pero, como todo corazón abierto, hasta la leve brisa del mar de mayo le araña.

15 mayo 2013

Un sombrero gris



Era un sábado cualquiera, bueno aquel sábado no fue como los demás pero sí empezó de una forma semejante, con un aire de desgana y la energía del desenfreno, de dejarme arrastrar por la corriente de la desesperación, de las ganas de ser querido a toda costa, en los brazos de la noche lúgubre y polvorienta, espesa y borrosa, que a todos ignora. Así que me calcé mis botas negras, ésas que me dan una seguridad mientras duran puestas y unos vaqueros rotos, que me taparan el alma y mi niño, pequeño y tímido al que le da miedo el desasosiego, una niña frágil.
Quedé como otras tantas veces con mi amigo Julián y nos embarcamos en la noche, rumbo a ningún lugar. Después de la primera copa vinieron otras tantas, y después de éstas un paseo por Ítaka, no la de Kavafis, sino una más sombría y pedregosa, donde las personas pagan por adquirir un nuevo rol, a cambio de su alma, pero bueno por unos minutos. Bailamos al son de la perdición, de aquellos que no tienen puerto en el que amarrar sus barcas. Bailamos y por unos instantes nos olvidamos de nosotros. Pero al fondo del bar, en la barra, pude vislumbrar una luz casi cegadora; una luz que solo yo pude ver y me acerqué sin premeditación. Tenía puesto un gorro gris, que aún puedo oler. Le presenté cobardemente a mi amigo Julián, el cual se hizo niebla en la oscuridad junto a todo lo demás, y allí quedamos él, yo y nosotros. Hablamos con la mirada, diciéndonos todo lo que necesitábamos oír. Nos amamos a distancia, aún hoy, aunque no lo sepamos o no lo queramos ver. De repente, me entró el miedo y aproveché un bocado de cotidianeidad en el que le entraron ganas de hacer pis para esfumarme, no sin antes escribirle en el sombrero que me había encomendado como pasaporte a un encuentro más duradero mi número de teléfono. Y me fui.
Apenas había llegado a casa cuando ya tenía un mensaje suyo en el que me pedía un reencuentro. La noche se trasladó a la noche siguiente y allí nos vimos, en mitad de nuestras vidas perdidas. La plaza de repente no era plaza para ser nuestra pista de baile, nuestro punto de partida hacia una historia casi irreal, pero finita, amargamente finita. Después de entremezclarnos con los demás, que no son ni secundarios de la historia, nos entrecruzamos mirada y nos fuimos corriendo, escapándonos de la muchedumbre, corriendo hacia nosotros, y nos subimos a mi terraza. De ahí a la luna. Allí hablamos de nosotros mismos y de las diferencias entre deseo, necesidad y amor. Yo sentía las tres cosas por él, ahora solo guardo la que me resulta eterna, y a veces ni me acuerdo. Esa noche cantamos, y nos metimos en los ojos del otro a bailar. Todo culminó con un beso de “hasta mañana”, porque mañana quiero hacerte mío.
Al día siguiente, día 3 de 5, el tiempo se paró y las calles se tornaron sepia. Me tapó los ojos y me llevó a su alcoba, no sin antes preguntarme: “¿Confías en mí?”. Como no podía confiar en la persona que me había abierto un fuego que creía inexistente en medio de tanta perdición y noches electrónicas. Allí me tumbó en su cama y bailamos un tango. Me sopló en la boca e hicimos el amor, nos amamos, sus dedos recorrieron cada recoveco de mi cuerpo, dándole vida, encendiéndolo. Nos hicimos miel, mar y merienda de tarde soleada debajo de un almendro en flor. Nos quedamos en mitad del mar flotando, con la luna como única referente. Su boca se hizo mía, y la mía, agua de mar, salada.
Nos encontró el día al ritmo de unas bulerías de Cádiz. Un dos, un dos tres, cuatro cinco seis, siete ocho, nueve diez. Él no podía parar de observarme, mi rostro ensolecido, preguntándome cómo podía caber tanta belleza en semejante cuerpo. Y ese día nos quedamos juntos. Recorrimos el Guadalquivir, nos inventamos sus calles y bares, nos comimos un helado de bizcocho de chocolate, yogurt y pétalos de rosa. Luego nos comimos a besos y nos perdimos de nuevo en lo confuso de la nocturnidad. Bailamos rock’n’roll y algún bolero. Nos apretamos los cuerpos como si con ello fuésemos a parar el tiempo, cambiar las circunstancias. Una risa llevó al llanto, el llanto al alba, y ésta, vilmente nos volvió a separar.
Al día siguiente estuve trabajando sin cesar con la sola idea de volver a verle, a verlo, de sentir su olor, sus cigarrillos. Tras seis horas de trabajo vendiendo helados de pétalos de rosa, yogurt y bizcocho de chocolate, me di cuenta de que había perdido el móvil y con eso, cualquier esperanza de volverle a ver. Me había contado el día 4 de 5 que debía coger un vuelo para Berlín o no. Corrí por las ciudades, regresé a cada sitio donde nos habíamos devorado, desesperándome por instantes. Paré a las personas de la ciudad como enloquecido por si habían visto tanta belleza por casualidad, tras alguna esquina. Lo confundí con 487 personas a las cuales no se asemejaba ni de lejos. Mi cuerpo se hizo preso del miedo. Me entumeció el corazón, que aún hoy sigue entumecido por los besos que nos quedaron por dar, por las noches que nos quedaron por vivir. Tan solo me quedé con algún que otro beso que guardo en mi mesilla de noche, y su sombrero gris, aquél que me regaló el día 2 de 5. 

21 octubre 2012

Celebro la vida



Sí, gente de sonrisas valientes, de líneas de expresión por tiempos inciertos que parecieron prolongarse eternamente. Sí, hoy celebro la vida. Cojo una copa de champagne y brindo con el pasado. No hay rencores. Me paseo por aquella vivienda vacía y polvorienta, donde un día dormimos y hablamos de las mujeres corpulentas de espíritu. No pagamos, tan solo delinquimos porque era nuestro deber como jóvenes creadores de frenesí y locura. ¡Viva la puta locura, que nos hace libre y bailarines improvisados! ¡Viva el arte de improvisar en cada momento, de crear canciones sin estribillos, de llorar y reír sobre la marcha, de perder la cabeza por su amor! Hoy brindo con mi vulnerabilidad por haberme echo partícipe de tantas fotografías que guardo enmarcadas en el mismo baúl donde me dejé las máscaras. La vida es un carnaval, un funeral donde todos visten de negro y lloran al unísono, la vida es aquello que decimos de manera pretenciosa pero sentida y, sobre todo, lo que no sabemos poner en palabras sino en muecas. Gracias vida por darme conciencia de mis derrotas y triunfos. Gracias conciencia cuando te callas, porque estás como ausente. No quiero volver a amarte con cada gota de sudor, pero es que... tampoco te me vayas. Quédate y ponte cómodo. Mientras tanto, puedes echar un ojo a mis álbumes de fotos o brindar conmigo.

06 julio 2012

El Casimirismo.


Quiero crear mi mundo: el Casimirismo, u otro nombre (a convenir).
Me lo imagino así: un mundo en el que todos ganásemos el mismo dinero sin importar la raza, sexo, color o profesión. Da igual, podrías ser puta, mecánico, carnicero, físico cuántico o técnico industrial; jugar en primera o segunda división; cantar en orquesta o presentarte a Operación Triunfo, que tus sudores y lágrimas, despertares matutinos u horas extras serían valorados de la misma forma. Además cada uno estaría en su puesto, desempeñando su labor desde su más honesta voluntad, capacidad e ilusión, puesto que el ganar más dinero o estatus social que no sería un incentivo, sino que habría un mero intercambio de servicios. Yo trabajo para lo que valgo y me gusta y ello me permite cubrir algunas de mis necesidades básicas: comer lo que necesito para estar sano y vivir en un lugar aislado de las condiciones climatológicas adversas al bienestar humano. Por supuesto, cada uno sería libre para embellecer su refugio o morada a su gusto y a un mismo precio.
Otras necesidades básicas como el sexo o el amor correrían a cuenta de cada cuerpo o alma.
En mi mundo no se prohibiría casi nada. Pero aquellos que se sintiesen capacitados para estudiar las cuestiones fundamentales relativas al placer sensorial-mental-espiritual del ser humano tendrían como oficio instruir a los seres en las propiedades curativo-evolutivas de la música, la pintura, la escritura y lectura, la interpretación, el sexo libre (y si es con amor mejor), el contacto con la naturaleza o el respeto por todos los seres vivos o inertes de la creación.
Quienes, por cuestiones inevitables a su genética, estuviesen condicionados para dañar física o psicológicamente a otras personas serían automáticamente sometidos a terapias de amor o humor al fresco. De no encontrar solución y cometer algún delito mayor, serían condenados a aprenderlos de manera automática y bajo vigilancia permanente.
No se invertiría un céntimo en casar o separar a nadie, pues de todos es sabido que el acercamiento o el alejamiento entre seres es algo como mínimo voluntario, como máximo causal. Del mismo modo, cada uno sería libre de creer en Dios, Dior, Diosa o Gaia, pero eso no daría derecho a ninguna creencia a recibir bienes materiales del estado o de los ciudadanos para construir nada. A Dios lo que es de Dios, al César lo que es del César. Y el arte de todos para todos.
La educación no estaría basada en imponer nada, puesto que nada es del todo cierto ni unívoco, sino en preguntar y en mostrar lo aprendido a través del triunfo de la experiencia o de los sentidos. Nada se daría completamente por seguro, aun por consenso, sino como recomendable o como base para llegar a otro punto. Cada postulado sería cuestionable. La intuición estaría categorizada como mejor guía para la toma de decisiones.
La sanidad sería pública, eso siempre, e incluiría todas las dimensiones de los seres: la emocional, física, psicológica o la que contempla los comportamientos y hábitos de los pacientes en cuestión. Un fármaco sería un último recurso. El miedo sería considerado mal mayor y principal causa de la medicina preventiva.
La prisa, así como el hastío, la discordia o la prepotencia estarían severamente castigadas so pena de terapia creativa, es decir, se sometería al paciente (que padece alguno de esos males) a una previa reflexión y a una posterior obligación de crear algo constructivo contrario a su conducta impertinente, ya sea un número de humor o una escultura de arena al saber estar.
Los casos penales serían juzgados por un jurado sabio-popular y absolutamente ajeno al delito. La pena de muerte estaría prohibidísima, por absurda y superficial.
La televisión dejaría de existir.
No existirían las fronteras, aunque sí la propiedad privada. La misma para todos, la cual tendría que ser respetada y trabajada por ley. Si los seres humanos no hacemos nada por mejorar nuestro hábitat, empezamos a ser no solo inútiles sino molestos para nuestro ecosistema. Habría zonas neutrales que podrían ser visitadas por cualquiera  para el posible disfrute de los sentidos. Las propiedades privadas solo podrían ser penetradas bajo previa invitación cordial del dueño. El mar, la selva Amazonas y otros territorios, donde la biodiversidad es abundante, serían zonas naturales mas protegidas para garantizar un desarrollo sostenible. La caza de animales estaría altamente vigilada para que ningún pollo o cerdo acabase en un contenedor de un parque porque el hambre post-juerguil fuese tan solo parcial. De hecho, la venta ambulante de comida hecha conllevaría la medición de glucosa en la sangre. Si no es necesaria, no es necesaria. La muerte de cualquier animal jamás debe ser un capricho de media noche.
Como el capitán Hook, mandaría a destruir todos los relojes del mundo. El tic-tac ya no sería nunca más un incordio, condicionante o causa de stress. Los eventos y acciones se programarían de acuerdo a la posición del sol y su duración se limitaría con cronómetro o atendiendo a su ritmo particular.
Los tejidos de la ropa serían, en su totalidad, de origen vegetal.
El nudismo sería absolutamente lícito y recomendable cuando las condiciones lo propiciasen, al igual que el sexo. De esta forma, se naturalizaría y el mal humor caería en picado. Los complejos se irían a tomar viento fresco.
Mi mundo estaría lleno de música por todas partes. Las revoluciones habría que hacerlas bailando y todo el mundo sería invitado a llorar siguiendo la escala de blues.
Mi mundo se basaría en las siguientes máximas: Ámate, ríete y no digas que no a tus apetencias si se basan en el respeto.

Se llamaría Casimirismo, no por honor a mí ni mucho menos, que poco méritos merezco tras una existencia algo inconsecuente, sino porque al ser mi mundo estaría yo y también estarías tú. Estaríamos los dos.

Y ahora, escuchemos esta canción.

http://www.youtube.com/watch?v=uNsmF9JTpuI

30 junio 2012

Microrrelato de un meditabundo 5 minutos antes de irse a la cama



Las 8 y algo de la tarde. El cabrón no puede ir más lento. A ver... Nada, a esperar. Voy a escucharla otra vez. Ta na na nán Ta ta na ta na na nán Ta ta na ta na na nán Ta ta na ta na na nán taneino Suddenly something has happened to meee as I was having my cup of teaaa Llego al tono. Podría cantarla en algún concierto que diese algún día. Tengo que buscar grupo. Ya. Podría incluirla en el repertorio de versiones. Sí. Y cantarla ahí arriba, rodeado de cuadros de aquella artista menorquí de ochentaytantos que sabe perfectamente cómo darle peso y apoyo a sus personajes, o personas, vete tú a saber. Amantes, seguro que amantes. Igual es buen destino para descansar. Me dijeron que en Menorca se puede hacer eso. Entraré en contacto conmigo mismo. Me escucharé, y de fondo al mar. Yo, y el mar. No sé... puede que alguien interesante que ame, que me ame un par de noches, a la luz de la luna. No imagino quién. Ya veré. Do you know you made me cryyy oouooh? La voy a echar de menos. Aunque sea una semana. La verdad que no me ha dado apenas tiempo de hablar con ella. Claro, con la fiesta y todo el rollo. Pero necesito aunque sea eso, una mirada y saber ella que yo estoy bien. Recuerdo cuando dormíamos juntos. Sentía su calor, y eso me hacía sentir seguro, cómodo. Su olor. También. Tengo que ayudarla. Lo necesitamos. Ya. Por fin. Venga, ahora a toda ostia, y rápido a mi carril,,. Joder, debo ir a 130 por lo menos. Que termine ya. Puto camión, no podía ser más largo. Ostias, ¡¡¡ostias!!! No, por favor. Me lo voy a comer. [Orden de frenar a tope+Orden de girar el volante a la derecha. Modo: Instinto de supervivencia activado. Pulsaciones por minuto : 90. Respiración: normal]. Que termine ya, por favor. (Suspensión del tiempo. Los sentidos se abren de par en par. No hubo lágrimas, ni toda una vida pasar. Tampoco hubo luz cegadora, ni airbags. Sólo él con nadie más). Stop. Eject. Insert. Play.

 A veces vuelvo atrás, antes de todo eso, como quien mira fijamente al horizonte. Me parece hermoso, u horrible, o probablemente un poquito de ambas cosas. Por lo que causa, o por ser consecuencia de lo anterior. Pero eso que yo veo no existe como tal más que en mis espejos del alma. Y a cada segundo le pongo un nombre o color. Por eso es pasado, y yo, presente. ¡Uy! Las seis y algo de la mañana. Me voy a la cama.

31 marzo 2012

Unforgettable


Una cena romántica en la terraza de tu casa a la luz de la luna con la persona que te pone el corazón a mil, que te tambalea tus cimientos y te hace perder el control, que tanto nos controla. Una botella de un buen rioja. Y otra, de reserva. Una vela... con la luz de la luna y la intimidad del cortejo, una sola vela. Salmorejo, ensalada con vinagre balsámico de Módena, queso brie o lo que a cada cual le derrita más el paladar, pero sin excesos. Nat King Cole "to start with" y Barry White "for dessert". Una mirada que se agota en besos. Y sexo, mucho sexo, salvaje, sin límites ni franjas horarias. Sexo animal, sin ideas ni malos rollos, ni mente subyugante. Solo con toda tu alma y todo tu cuerpo, o vuestros cuerpos, o tu cuerpo y el suyo, que son el suyo y el tuyo respectivamente, o yo qué sé. Con mucha saliva, sensualidad y sensibilidad a flor de piel. Con ganas de que te quieran de una puta vez en condiciones y con ganas de cuidar el pájaro delicado e indefenso que tienes entre tus manos. Una mirada que se agota en caricias, que te dice "te amo". Y no, no te amo como se puede amar a cualquiera, como se quiere a un amigo o etcétera. NO. Te amo porque tu cuerpo encaja con el mío a la perfección. Porque parece que las agujas de todos los relojes de todos los mundos, reales e imaginarios, se han parado. Porque el mundo ahora es de color "entredoradoysepia". Un "no te vistas todavía". Un "volvamos a hacerlo cinco veces más", porque hay fuerzas, fluidos y deseos para al menos cuatro veces seguidas. En la quinta, me quedo en el intento, entre tus brazos temblando, porque "mientras más me sujetas, más miedo tengo de caer". Porque siempre empiezo con suposiciones en segunda persona a los lectores de mi blog, y acabo hablando contigo, tú mi recuerdo vivo.

18 enero 2012

Caca a la brasa, de primero.


"Hay que comer de todo", ¿no?

En realidad, no conozco el origen de tan empleada expresión, pero me resulta tan imprecisa como intencionada. Imprecisa porque... ¿qué es todo? Se supone que comida, pero ¿qué es comida? Porque en Tailandia los escorpiones, escarabajos o la ensalada de gusanos son auténticos manjares, y en la época del hambre en la posguerra civil española, se comían gatos, incluso te los vendían por liebres. Entonces, ese "todo" no es más que "nada" en concreto. Pero esto no es absolutamente cierto, ya que cada vez que la escuchamos, sabemos más o menos a qué se refiere ese "todo" y no es más que a todos los productos que están en el mercado, y ello incluye salchichas, pizza, filetes rusos, albóndigas, croquetas, champiñones, ketchup, salsa brava, mostaza, salsa tártara, patatas fritas, sushi o naranjas de la china, entre otros millones de alimentos que podemos encontrar en la estantería de cualquier super. Pero si realmente necesitásemos comer de todo para estar sanos, ¿cómo se entiende que muchas de las generaciones anteriores se pudiesen alimentar durante toda una vida a base de legumbres? ¿Y qué pasa con aquellos alimentos que apenas se comercializan en nuestro país y por lo tanto apenas consumimos, como la carne de canguro? ¿Tengo menos esperanza de vida si durante toda mi vida no pruebo las nueces de macadamia? (que mira que están buenas, ¿eh?). Pues eso, que me suena a mito falso para que compremos de todo y pongamos obeso a nuestro sistema capitalista; el de compre un kilo, tire cuarto y mitad; para sobrealimentar a la cultura del envase en la que prima lo superficial, las modas: ahora es la comida japo, hace unos años era la comida thai y en un futuro, vete tú a saber. 

De cuatro médicos a los que he preguntado, tan sólo uno considera que comer carne sea necesario para estar sano. Yo creo que es mentira. Que para estar sano, hay que vivir sin prisas, con mucho amor hacia uno mismo y los demás, hacer un poco de deporte, beber mucha agua y obtener los nutrientes necesarios para el organismo. Como consiga yo mis proteínas, eso es asunto mío. Como explotemos los recursos naturales, eso es o debería ser asunto de todos. No digo que no haya que comer carne, puesto que, como seres omnívoros que somos, si estamos en condiciones de elegir, podemos elegir. Pretendo decir que creo que deberíamos sumar la cantidad de carne o pescado que consumimos a la semana, por establecer un parámetro. Porque carne y pescado son los filetes, salchichas, albóndigas, croquetas de jamón o pollo, pizza de jamón o bacon, carne picada para la pasta, avecrem de las sopas, muslo de pollo para el cocido, chorizo para las lentejas, embutidos de todo tipo, paté o foie, el atún de las ensaladas, la merluza, entre otros alimentos. A la carne consumida deberíamos sumarle la tirada a la basura. Y ello deberíamos compararlo con la cantidad de proteínas animales (2-4 raciones de carne y de 3-5 raciones de pescado semanales) necesarias para el organismo. Proteínas, según 3 de los 4 médicos encuestados, que pueden ser sustituidas por proteínas vegetales. No digo que no haya que comer carne, repito. Pretendo decir que deberíamos ser conscientes de la cantidad de animales presos, maltratados, enjaulados y explotados que viven en granjas de explotación masiva y que son matados para satisfacer nuestro paladar exquisito y exigente. Y ello no debería ser lo normal. 

16 diciembre 2011

La sensibilidad es el instinto de supervivencia de la humanidad como conjunto.



Fregar los platos forma parte de las tareas rutinarias que nos ayudan a protegernos contra ciertas bacterias, de la misma forma que limpiarnos los dientes no es una cuestión puramente estética. Vivir, en el más estricto sentido de la palabra, es toda una tarea laboriosa y sacrificada a la que estamos acostumbrados. Alguien me dijo hace poco que, transcurridas unas tres semanas, la gente es capaz de acostumbrarse a ciertas acciones que pueden resultar un tanto pesadas al principio, como salir a correr. De la misma forma, nos suelen enseñar desde pequeños ciertas rutinas cuya función básica, al fin y al cabo, es prolongar nuestra existencia en este planeta, como son los hábitos alimenticios, higiénicos, el deporte o mirar antes de cruzar la acera. Demostrado está, y creo innecesario por el momento profundizar, el hecho de que unos buenos hábitos suelen ser garantía de vida (y además de vida equilibrada y saludable).

Sin embargo, se nos escapa algo fundamental. ¿Cómo que, con el odio que despiertan ciertas situaciones de injusticia que vemos con absoluta claridad día a día, no nos matamos los unos a los otros? ¿Por qué, a pesar de ciertas épocas de crisis económica seguimos sonriendo y guardamos instantes para la felicidad?¿Por qué cada día que pasa hay más respeto hacia los animales, homosexuales, transexuales, mujeres, negros, blancos, moros, chinos, putas o sintechos? ¿Cómo se mantiene una sociedad que ha pasado por guerras, hambres, en pie? Pues fregando los platos e intentando sobrevivir a este cúmulo de caos y maldición, que parece haber dejado un tsunami a su paso, pero que no es sino la consecuencia directa de una semana de mucho trabajo, se me ha hecho evidente así de repente, así como la belleza que alberga una lluvia dorada de agosto con un sol espléndido, el papel tan crucial que juega en el avance de la humanidad la sensibilidad.

De pequeños nos enseñan, sobre todo a los hombres, a no ser sensibles, a no decir "te quiero papá" o "no puedo vivir sin ti" a nuestro mejor amigo o a no bailar ballet o contener el llano cada vez que nos apetece, pues todo ello es signo de debilidad y motivo de cachondeo más tarde en la adolescencia. No es precisamente lo que los estándares esperan de nosotros. Pero esa enseñanza, carente de todo principio pedagógico, no es más que la imposición de una armadura rígida a toda la cantidad de sensaciones que se cuecen en nuestro interior y que necesitan airearse para no podrirse por dentro y convertirnos en  personas podridas, amargadas, propagadoras de muerte en todas sus variantes. Por algún motivo, no interesa que sintamos, que digamos ¡no! cuando así lo sentimos. Vivimos pues en un mundo gobernado por la mente, que a veces se hace un tanto dictatorial y cruel.

Necesitamos de los artistas, del arte, de nosotros como creadores para poder poner las pieles de gallina, para ser motor de cambio hacia un mundo más despierto a los acontecimientos, en definitiva, para ser experimentadores de sensaciones, y cuantas más, mayor empatía y mayor capacidad de saber qué se siente en según qué situación.

Sin arte, sin artistas, sin la libertad que nos confiere el expresarnos y acariciarnos con las canciones o rajarnos con según qué libro o acto de protesta social, estamos perdidos, grises, estancados en constructos sociales rígidos y pétreos, que no nos dejan movernos como queremos, al ritmo de lo que sentimos.

Y sin no, experimenten a ver si este tema les deja indiferentes:

http://www.youtube.com/watch?v=40Br07CF0qk

10 diciembre 2011

Sangre de mi sangre.


Sangre de mi sangre,
que marca el ritmo de aquella canción de cuna,
que me deja traspuesto,
en tus brazos,
en tus entrañas,
en mis ojos temerosos porque algún día tu reflejo sea remembranza.

Soy en ti como hojas de sauce llorón,
que el viento reclama.
Un día de octubre te levantas y me he ido.
Y el gentío, inconsciente de tu vientre desgarrado,
de tu mente quebrantable,
de tu piel de seda,
camina su camino,
 la lluvia, impía, no escampa.

Te quiero como no sé querer a nadie,
sin razones, ni excusas, ni miedos, ni medias verdades.
En tus manos me sostienes
y me calientas
como sol a su mañana.

Sé en mi para siempre, y soñemos que la noche es larga.
Cántame al oído la canción que me cantabas.
Cuéntame de chico lo del pozo y lo del mar plata,
aquel que escondes en mis oídos
en noches sin sábanas.

No duermas esta noche,
madre,
cántame otra nana.

11 noviembre 2011

Antinatura.

                                                   

Hoy leyendo un post del facebook de una amiga mía, he estado reflexionando a cerca de por qué a día de hoy en España existe gente que cambiaría el panorama actual por la dictadura franquista, que defiende el modelo de familia tradicional frente a otros modelos de familia, que sigue pensando que una educación basada en valores católicos es beneficiosa. ¿Cuál es el fin que persigue esta gente? La seguridad.

Cuando una persona ordena su habitación, cree tener todos sus objetos más a mano, y ello no está mal, puesto que dada la situación en la que esa persona quiera buscar uno de esos objetos, le resultará fácil encontrarlo. Todo estará en su sitio. El fallo viene cuando se quiere aplicar ese mismo orden, inflexibilidad a seres vivos, a entidades que ineluctablemente cambian. Torpemente cazamos mariposas y las disecamos para tratar de poseer sus extraordinarios colores sin percatarnos que ni éstos nos pertenecen y que la belleza de éstos reside precisamente en verlos volar o posarse sobre una flor. Y como ello todo. El político, por ejemplo, se siente más seguro cuando su pueblo, al que pretendida y pretenciosamente gobierna, canta al unísono su propia canción, pues así su puesto de trabajo y miles de millones están asegurados. De lo contrario, en el caso de que los diferentes puntos de vista se pusiesen de manifiesto y tuviesen la suficiente voz, sería matemáticamente imposible que un mismo gobernante pudiese ejercer sus funciones durante dos legislaturas consecutivas. De igual modo, el hombre (sin que el masculino generalice) se cree más seguro y poderoso, si a la mujer se le exime de responsabilidades fuera del hogar. Así, ella será solo suya como si de unos calzoncillos se tratase, y él que puede salir, tomar decisiones, beber, conocer gente... será del resto del mundo. Si construimos barreras, ya nadie podrá entrar en lo que creemos que es nuestro por derecho, mida los metros que mida, haya sido apropiado de la forma que sea, aunque ello suponga dejar sin espacio a los demás.



Sin embargo, los sentimientos, la comunicación tienden al cambio y eso nos da pavor. ¿A quién no le da pánico que los sentimientos de la persona a la que amamos un día, de repente, cambien? Sin embargo, hemos de asumir lo que está mandado por naturaleza: los sentimientos evolucionan, se transforman. Y frente a ello existen dos alternativas: dejarlos ser (let it be, como cantaban los Beatles) o asfixiarlos antes de tiempo guardándolos en una caja como mariposas muertas.



 El ser humano se ha servido de diferentes estructuras que le concedían seguridad, poder de control, que le ayudaban a vencer esos miedos terribles frente al cambio:  las fuerzas de seguridad, los relojes, las reglas gramaticales, las cremas antienvejecimiento, las religiones, la familia, el matrimonio hasta que la muerte nos separe o las políticas conservaduristas, da igual. Estructuras rígidas que creían establecer un único método de vida. Si obligo a la gente a cumplir mis normas, venir a misa una vez por semana, contarme sus pecados, todo ello so pena de llamas infernales eternas, las tendré de mi lado y ellas se encargarán de satisfacerme lo máximo posible, ya que no hay mejor forma de subyugar a la población que a través del miedo. Si creo una única lengua estándar, podré señalar a los que hablan mal y a los que hablamos correctamente, ello me reportará beneficios a niveles socioculturales. Si a un trabajador o empresa le doy incentivos por su productividad y lo pongo a competir con otros, trabajará y trabajará a cualquier precio hasta alcanzar mi nivel y convertirse en uno más.

 Pero la vida no hay más que vivirla para experimentar que el presente de cada tiempo, de cada vez es único e irrepetible; que las lenguas cambian a un ritmo marcado por los que las transportan, los hablantes; que no existe más dios que la calma; que el cielo o el infierno depende de los otros, es decir, de nos-otros mismos; que la flor marchita no es flor menos bonita; y que la inmensidad de la luna no cabe en una tele panorámica.

Buen fin de semana.