30 abril 2011
¿Qué es la felicidad? Lo pregunto, vamos, no es el título de un libro.
El otro día me preguntaron unos alumnos que qué era para mí la inteligencia. Habló una de dos, aquella parte de mí que suele sonreír por cortesía, asentir por diplomacia y no llorar por discreción; y les afirmó a modo de contestador automático lo siguiente: "Es la capacidad que tiene el ser humano para resolver problemas y adaptarse y ser feliz en el medio en el que vive". Minutos más tarde rectifiqué diciendo: "En realidad puede que no sea eso, porque si echamos la vista atrás podríamos observar la cantidad de inadaptados sociales, gente marginada e incapaz de solventar sus problemas cotidianos, de ser práctico que han producido grandes obras maestras. Vincent Van Gogh, por ejemplo, tuvo muchos problemas económicos que a duras penas podía resolver, de no ser por la ayuda constante de su hermano y a menudo se sentía incomprendido, solo. Henry David Thoreau se fue a vivir junto a un lago cansado de la sociedad hipócrita, superficial y materialista que le rodeaba. Entonces, ¿con qué tiene que ver más la inteligencia: con la capacidad de adaptarse al medio o con la capacidad crítica y la sensibilidad para descubrir que se vive en un medio hostil?"
En cierto modo, sí es cierto que hace falta ingenio para sobrevivir a este mundo repleto de hienas. No es extraño que se me active una alarma anti-incendios cada vez que cometo el fallo de vestirme de manera aleatoria, contrariar a los comensales en una cena "importante" o guardar silencio prolongadamente, porque de lo que se habla sencillamente no me interesa. Minutos antes de ese instante, que apenas dura lo que dura un cruce de piernas, vacilo, me tambaleo sutilmente entre recostarme en el respaldo del sentido "común" o erguir la cabeza para dar mi primer grito de guerra, para hacer "lo que me sarga er nabo". A lo primero se le conoce como cobardía y su consecuencia más directa es la satisfacción de saber que encajo en un grupo, que todos me sonríen, que me he ganado la aprobación y el respeto de los demás, aquello que relacionan con felicidad. A lo segundo, libertad.
También es importante tener los cojones muy bien puestos o ser muy elocuente y no bajar la guardia para poder adaptarte bien al medio social establecido ya que muchas de las relaciones sociales se basan en el poder, lo cual no sé si tiene que ver con la naturaleza humana o con el sistema que se nos ha impuesto y alimentamos día tras día. Sea cual sea de las dos, me cansa tremendamente tener que someter, ser sometido o estar en un tira y afloja constante con muchas de las personas que conozco. En realidad, es la misma estructura de la que se alimenta el sistema económico en el que estamos inmersos: si creas la nueva campaña publicitaria de Coca-Cola, eres un diseñador de moda cotizado que consigues marcar tendencia para la nueva temporada primavera-verano, o consigues ser escritor de best-seller garantizando la felicidad suprema del ser humano, sometes; si consumes compulsivamente, estás sometido.
Y a partir de ahí se van creando los intereses que mantienen los cimientos de tal sistema. Quizá el mayor interés de muchos es el concepto de felicidad, ya sea suministrarla o alcanzarla. Se nos hace creer, y queremos creernos, que si cumplimos con las expectativas sociales: tenemos un buen puesto de trabajo estable que nos garantiza el futuro, un buen sueldo a fin de mes, una pareja estable y una rutina diaria de levantarte-ducharte-arreglartecomosisetefueselavidaenello-desayunar-leerlasnoticiasparaestaraldía-iraltrabajoyhacerlotodobien-almorzar-sacaralperro-iralgimnasio-cenar-acostarte-dosmesesdevacaciones, en otras palabras, si controlamos cada aspecto de nuestra vida, si nos exigimos estar a la altura de los demás (que no son otros más que nosotros mismos), si somos inteligentes socialmente seremos felices. Puede que todo esto tenga su parte de verdad. ¿A quien no le gusta tener mucho dinero para viajar, consumir cultura, salir de fiesta? A mí particularmente me pirra. Pero estoy seguro de que existe una gran mentira en todo esto que nos han intentado vender para que unos consuman muchos y otros ganen más; para que unos establezcan el poder y otros lo cumplan; para que yo tenga la posibilidad de estar arriba y así nunca me quejaré de los que están abajo; para que creamos que la felicidad viene en forma de nómina al final de cada mes, una felicidad que vamos gastando poco a poco, pero que también podemos inflar.
Y sí, vuelvo a repetir, me gusta el dinero y me satisface ganarlo e invertirlo en todo aquello que me apasiona, pero estoy seguro que también que hay un punto de él que vicia mi alma y la aparta de lo que realmente me hace feliz. Como estoy seguro de que el amor, como la mayoría de las cosas que están vivas, no se puede controlar; de que la vida, dios, diosa, natura o tu propio organismo se encarga de tambalear tus cimientos para que construyas otros nuevos; que cada vez que me callo ante la opinión multitudinaria, y soy inteligente socialmente, una parte de mi alma se resquebraja; y que conformarse con tener un puesto de trabajo estable, un buen sueldo a final de mes y un control sobre mis rutinas, mis relaciones sociales y mi cabeza, me han hecho creer estar a menos pasos de un concepto de felicidad que últimamente nunca palpo, de la inteligencia social, y a kilómetros de mí mismo.
No pretendo con esta entrada definir ningún concepto, ni menos aún ir de profeta por la vida, porque ni tengo la capacidad, ni la paciencia; sino llegar a este párrafo y hacerles saber a las personas que lo lean que cuando más feliz, pero de corazón, estuve; que cuando llegué a saborear la felicidad con todos mis sentidos fue en aquellos momentos en los que canté sin miedo a desafinar, vi una película que me hizo llorar, bailé sin miedo a hacer el ridículo, rompí los esquemas de mi vida por probar algo nuevo, pedí perdón y me sonrieron, me emborraché y reí hasta decir ¡basta!, me aplaudieron merecidamente, escuché música a todo volumen, critiqué a quien me dio la gana, viajé y conocí más personas, dije lo que pensaba sin cortapisas ni morales de afuera, me acosté con quien me apeteció por el puro placer de tener placer, y cuando sin miedo amé hasta la última gota, hasta gastar al amor, hasta que yo ya no fuese más yo; aunque en muchos de esos momentos no actuase de manera inteligente...
Música: http://www.youtube.com/watch?v=dipFMJckZOM
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