23 octubre 2010

Pequeñas historias que nos contaban las musas (I)



De repente abrí los ojos, como si me hubiese caído de lo alto de la escalera de la catedral de St. Paul de Londres, y me encontraba allí, otra vez, en aquel extraño lugar redondo y pálido. No tardé muchos segundos en darme cuenta de que me hallaba tumbado en aquel suelo arenoso y completamente rodeado de pájaros y serpientes, de flores doradas y plateadas, jacintos de agua, peces de mil ciento sesenta y seis colores viviendo en palanganas y aquel intenso olor mezcla de canela y caña de azúcar. Me quedé atónito observándolo todo, por una parte, como si todo eso lo hubiese visto por primera vez en mi vida; pero por otra parte, aquellas hormigas de color azul eléctrico recorriendo todo mi cuerpo, como siempre en estas circunstancias. Llovía mucho, pero Lenny Bruce no estaba asustado.

La radio empezó a tartamudear, el universo a arreglarse, las plantas a beber, el gato al que solía sobrealimentar pensando en que tú nunca más volverías empezó a correr en contra del viento. ¡Más vivo que nunca!

De un momento a otro, como si el tiempo se hubiese detenido, la lluvia quedó suspendida en el aire y tras la esquina apareció una multitud inmensa de color luna plata gritando, saltando, riendo, cogiéndose de las manos. No podía responder de otra forma, sino con una sonrisa de la longitud de los rascacielos de New York, resplandeciente como un casino de esos que hay en Reno. Sonó aquello de "No vuelvas a Rockville, no vuelvas a Rockville y pasa otra año más aquí". Entre todos ellos, también estabas tú, con un collar entre tus muslos. El día era largo y la noche nuestra solamente ¡Qué mundo más loco!

Miré a mi izquierda y allí estaban ellos también: tíos vestidos de travestis, un Moisés con su bastón de madera, un Newton más pensativo que nunca con una manzana en la mano y Charles Darwin dándole de comer a sus preguntas. Se me acercaron todos al compás y me dijeron al unísono, sin que nadie más lo pudiese creer ni escuchar: "Tú sabes lo que eres, vas a ser una estrella". Yo les contesté: "Soy superman y sé lo que está pasando, puedo hacer cualquier cosa".

Ahora la vida era bonita.

Fue entonces cuando un despertador con aquel "riiiiiiiiing" estridente, irritante, inexistente pero idéntico al de otros relatos, películas o canciones, se ponía de acuerdo con un piano enorme que caía desde lo alto y me pasaba rozándome el hombro. Irremisiblemente, me despertaron. Sin orgullo, abandoné aquel lugar. No fue fácil. Todos lloran alguna vez.

De repente, un terremoto, un equipo de reporteros, una fiesta de cumpleaños, gente patriótica, un torneo de mentiras, señales hacia la derecha, un sálvese quien pueda y el mundo respondiendo a sus propios intereses. 
Era el fin del mundo, tal y como lo conocemos. Yo estaba muerto clínicamente, encerrado aquí afuera, insensible, rezagado. Todo el mundo (caras conocidas, sitios gastados, caras gastadas listas y despiertas para sus carreras diarias) miraba como si no les importase nada. Me trajeron una corona de flores del tamaño de un hombre. No era justo, el baño nocturno merecía otra noche tranquila. Yo les dije: "Por favor, no saquen ninguna foto, no he tenido un buen día."

http://www.youtube.com/watch?v=fFF8iwdhc0k&ob=av3e

1 comentario:

  1. Compruebo y celebro, con alegría, con gusto, que la mente que conocí entre licores en una (maldita) ciudad inglesa sigue siendo prolífica en colores, en destellos y en imágenes. Aunque los despertadores suenen, aunque le arrastren los malos días. Celebro.
    Espero que nos encontremos pronto, en esta vorágine de rutina que algunos insisten en llamar "hacerse mayor" (que les jodan).
    Abrazos,
    Ana

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